Día de la Independencia

Hoy no es un día cualquiera. Es es el último día y por contraste el primero de un nuevo ciclo. Justo en el momento que urgía un cambio.

Una tregua con el tiempo. Ya no castigaré a mi cuerpo, forzando a levantarlo prematuramente. Disfrutaré cada ducha como una terapia relajante, sin que estrese la angustia de un minuto. No más llamadas a cooperativas "taxianas" por la mañana, dar mi número telefónico, seguido del importe diario que se restaba a mi salario. Ellos ganarán menos a partir de hoy. Ya no tendré que comerme la ansiedad de un embotellamiento automovilístico que será el centro de una trifulca sin sentido y el triunfo de una pequeña cajita, declarado archi-enemigo, con rostro de reloj, y que a través de su ranura superior, deja cínicamente el autógrafo de su victoria. Ni llevar diferentes tarritos con mi almuerzo en porciones y hacer fila para calentarlo en el microondas. Apresurar mi bocado y pasármelo a medio masticar, con medio vaso de refresco de paquete.

No tendré que enterarme de las noticias sensacionalistas de cada día, pregonadas por quienes contradictoriamente critican su publicación pero leen y comparten fielmente, el periódico rojo, todos los días. Lectura para las masas. Tolerar conversaciones retrógradas, racistas o machistas, gente que parece no haber heredado la enseñanza de los errores cometidos por esta humanidad tan torpe, durante toda nuestra historia. Sin duda la ignorancia es nuestro peor enemigo.

Vivir todas las mañanas el subi-baja de la temperatura, ese condenado aire acondicionado, que nos lleva en un viaje climático de Siberia al desierto del Sahara, sin ningún sentido lógico. No más llamadas de atención malintencionadas, no más acosos y vigilancia descarada y arbitraria. Tolerar la prepotencia, el abuso de poder, la terquedad, el tortuguísmo y la hipocresía. No formaré parte ya más de la comidilla popular, ni seré protagonista ni espectador de la tragi-comedia de esa oficina. No más solicitar permisos para respirar o para cultivar un pensamiento fértil. No más, desde hoy.

Mañana trabajo desde casa. Con mi piyama preferida y en las sandalias que se acomodan de forma perfecta a mi planta del pie. Una gran taza de chocolate caliente sobre mi escritorio, que tomaré deliciosamente mientras le doy forma a mi oficina. Una fina recompensa por el buen trabajo de estos años. Un par de ceros más en mi cheque mensual producidos desde la dulce paz de mi guarida. Mi tiempo, mi horario, mi propio "sentido común" es el que regirá. Para mí, el tiempo tiene otro concepto por completo. Lo importante es el contenido y calidad de los minutos, porque los minutos no trabajan, si no las personas que los saben utilizar. Una visión vanguardista, que producirá mucho más. Calidad en mi trabajo, satisfacción personal, oportunidad para crecer y mejorar. ¿Y si quiero viajar? Mi trabajo viajará conmigo, desde hoy, soy libre.

Queda escrito en esta bitácora. En memoria de esta fecha. Una nueva travesía en este mar de silencios. Un nuevo punto de partida. El día de mi independencia.