martes, 22 de septiembre de 2009

Apología del hambre


«¿Para qué quieres dar gusto al cuerpo, hijo mío, cuando solo te depara intranquilidad? ¿No has comprendido todavía que las carnes rojas te producen ácido úrico; que el licor, cirrosis; que el tabaco, enfisema; que los postres, diabetes; que la sal debilita tu corazón, que el puerco tiene triquina, que los vegetales, cisticercos, que, al fin, todo eso terminará con tu cuerpo, pudriéndolo, malbaratándolo?»

«¿Y qué decir del alma? ¿Todo eso no te apega demasiado a este mundo para que puedas gozar con tranquilidad del otro? ¿No captaste el mensaje de la parábola del rico y la aguja? ¿Recuerdas que no pasará por su ojo aquel lleno de riquezas? ¿Y no podría referirse también al que está gordo, terriblemente inflado de goces culinarios? ¿Podrías pasar por ese rasero que es el ojo de la aguja, con todos tus tejidos adiposos rebosantes de grasa? Dime: ¿te atreverías a intentar semejante blasfemia, porque…?»

El moribundo lo interrumpió:

—Tiene razón, padre, no podré.

Y murió de hambre.

El sacerdote le dio la bendición última y se quedó contemplándolo con las manos sobre el vientre cebado y tembloroso.

«Pero ahora —pensó—, después de tantos meses de inculcarle la sobriedad, pasará por el ojo de la aguja sin siquiera tocar sus bordes, rápido como una flecha. Esto es, verdaderamente, tener estilo para ganarse el sustento eterno».

Y todas las riquezas que le dejara las ocuparía, desde luego, en salvar otras almas, otros cuerpos que jamás morirían de triquina o de ataques cardíacos.

Se levantó, descorrió las cortinas y se asomó a la ventana; desde allí se veían sus viñedos prestos a levantarse.

El cielo se confundía, a la distancia, con el profundo azul de las montañas y unas nubes blanquísimas se desplazaban sin prisa sobre la aldea de techos bajos y entejados.
«Es un hermoso día —meditó— para que un nuevo ángel entre al Paraíso a disfrutar de sus delicias».

Escrito por Eduardo Da' Bosco, México D.F. , 1980.

***

Un cuento genial, escrito por mi padre, Eduardo Da'Bosco. Pueden leer más de sus escritos en su espacio personal en Scribd. Estaré publicando un poquito de su obra también aquí en Mar de Silencios, que al fin y al cabo, somos ambos Da Boscos... jajaja! ¡Dejen sus comentarios!

2 viajeros han hablado:

Amanda dijo...

Que bonito compartir algo tan especial como el arte con tu papá :)

aHlE - LaCabrona dijo...

¡Don Eduardo! Excelente persona, escritor, e incluso maestro. Siempre me resulta un privilegio sentarme a escucharle.

Me gusta ese aire de sátira que tiene el escrito. Lo que la Religión Católica pregona y enseña a los cuatro vientos... despegarse de los bienes y placeres materiales. Qué fácil decirlo simplemente. Pensar en la exorbitante cantidad de dinero que posee el Vaticano. Y al final el padrecito se salió con la suya por lo visto, quedándose con las riquezas del difunto, jaja, típico.

Por un lado sumergirse en el pesamiento autocomplaciente de "ir a vivir la vida eterna en otro lugar mejor", para mí, es una manera sencilla de vendarse los ojos y no tenerle tanto miedo a la muerte o a lo que pueda venir después. Lo cual, desde mi subjetividad, desconozco.

Por otro lado ¿qué sentido tendría la vida si estamos pensando todo el tiempo en el castigo que nos será enviado a causa de nuestros pecados? Como lo comentabamos hace unos días ¿Es acaso que Dios disfruta poniendonos manzanas en frente y prohibiendo comerlas?

Ah y otra cosa, la foto que escogiste calza a la perfección. El monje todo cachetón y regordete...jaja...¡Seguro que a él no le gustan los placeres culinarios!

Super interesante tu entrada, definitivamente lo hace pensar a uno... ¡un abrazote!

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