viernes, 13 de noviembre de 2009

Un beso de espuma con rugido de mar.

La mañana queda todavía lejana, pero yo no quisiera esperar más. Anhelo ser mar y habitar justo en medio de las aguas que rodean la costa. No deseo otra cosa. Sé que es fantástico, imposible y egoísta. La verdad es que siento envidia de ambos, océano y ribera. Ansio ser vaivén de marea para acariciar eternamente tu piel.

Recostada con los cabellos mojados, serías desnuda playa de arena. Te vendría a visitar arrullándote con un beso salado, perpetuo, infinito e inmortal. A humedecer con baño de espuma, a rugir rompiendo en olas sobre tu orilla dejando un eco de murmullos sobre cálidas brisas marinas. Me acompañarías por siempre.

Con tremenda ambición me apoderaría de luna y de sol. Dueño del ciclo, con fortaleza para moverme en toda mi extensión y llegar puntual a la cita. De día me verías llegar de azules y, con la noche, seducirte en elegante gala oscura, bañado en infinitos cristales de luz que te obsequiaría con cada nueva ola. Un oasis en medio de la inmensidad. Mi riqueza, tu tesoro. Poblaríamos la tierra de seres nuevos e independientes. Seríamos la alianza perfecta. Un beso de espuma con rugido de mar.


lunes, 2 de noviembre de 2009

Decidimos mejor callar

No hizo falta perder el tiempo de principio, hablando mucho, preguntándonos todas esas cosas convencionales, triviales para nosotros en ese momento. De forma casi egoista seguimos nuestros impulsos, una franqueza sensual que acatamos de inmediato. El silencio entonces fue nuestro mejor aliado, porque cuando uno comunica, utilizando los labios para todo menos para hablar, es cuando se crean las conversaciones más intensas.

Fue así que me lleve a la abejita lejos de la colmena, donde podía beber de la miel de sus labios, y saciar mi sed. En un clima de humedad, donde el calor hacía que el vapor empañara las paredes y ventanas de nuestra guarida, se elevaba de manera erótica, para después bajar en forma de gotas, condensadas por el frío del cristal, que separaba nuestro mundo con el del exterior.

Un intenso aroma embargaba el espacio. No podías evitarlo y te delataba. Y así yo aprovechaba cada suspiro, el aire que se escapa, la palabra que no se dice, el temblor que estremece, el gemido que se ahoga mar adentro, donde vibra con más intensidad. Con la yema de mis dedos, trazaba surcos, el arado de toda aquella tierra fértil, una planicie de calor, para sembrar besos que sabía hecharían raices en tu piel.

Traeremos entonces de regreso una y otra vez, bajo el velo de la noche, el recuerdo indeleble. Un vestigio de aquella aventura que regresará en algún instante de tranquilidad, justo en ese impás, el espacio que separa el silencio y la vigilia, del místico mundo de los sueños.